Aprendiendo Al Islam

Aprendiendo Al Islam

¿Porque en cada Ciclo de la ORACIÓN OBLIGATORIA hay dos prosternaciones y solamente una INCLINACIÓN?

¿Porque en cada Ciclo de la ORACIÓN OBLIGATORIA hay dos prosternaciones y solamente una INCLINACIÓN?

Y como respuesta Imam Ali (P) Principe de los Creyentes le dijo: en la Primera Prosternación OS ESTAIS RECORDANDO A VOSOTROS MISMO QUE ESTAIS HECHOS DE TIERRA Y POLVO.

Y en la Segunda: Prosternación QUE VAIS A MORIR Y RETORNAR AL POLVO

Y Levantando vuestra Cabeza : UNA VEZ MAS PENSAREIS EN EL DIA ( DE LA RESURRECCIÓN ) EN QUE SEREIS RESUCITADO PARA LA VIDA FUTURA.

Fuente: Ayatullah Murtada Mutahari es un pensador Irani gran hombre.

Libro Discursos Espirituales ( Conferencias sobre la dimension espiritual del islam)

FRITHJOF SCHUON

En espiritualidad más que en cualquier otro campo, es importante comprender que el carácter de una persona forma parte de su inteligencia: sin un buen carácter —un carácter normal y por consiguiente noble—, la inteligencia, incluso metafísica, es parcialmente inoperante por la sencilla razón de que el pleno conocimiento de lo que está fuera de nosotros exige un pleno conocimiento de nosotros mismos. El carácter de una persona es, por una parte, lo que quiere y, por otra, lo que ama: la voluntad y el sentimiento prolongan la inteligencia, y son, como ésta —que con toda evidencia las penetra—, facultades de adecuación. Conocer realmente el Sumo Bien es, ipso facto, por una parte, querer lo que nos acerca a él y, por otra, amar lo que lo manifiesta; toda virtud deriva a fin de cuentas de esta voluntad y este amor. La inteligencia que no va acompañada de virtudes origina un conocimiento por decirlo así planimétrico: es como si sólo se percibiera el círculo o el cuadrado, pero no la esfera ni el cubo.
Percibir la esfera o el cubo —simbólicamente hablando— es tener el sentido de la inmanencia y no solamente de la trascendencia; y la condición de esta plenitud es que uno se conozca a sí mismo, es decir, que aplique el discernimiento a su propio ego, concreta y operativamente, puesto que el conocimiento implica a la voluntad y al sentimiento. El sentimiento no es por sí mismo sentimentalismo; sólo es un abuso cuando falsea una verdad; en sí, es la facultad de amar lo que es objetivamente amable: lo verdadero, lo santo, lo bello, lo noble; «la belleza es el esplendor de la verdad». El conocimiento pleno, hemos dicho, exige el conocimiento de sí: es discernir la ambigüedad, la pequeñez y la fragilidad del ego. Es también, y esencialmente, «amar al prójimo como a sí mismo», es decir, ver en «el otro» un «yo», y en el «yo», un «otro».
Tener el sentido de la inmanencia es —paralelamente al discernimiento entre la Real y la irreal, o entre la Realidad que es absoluta y la que es relativa o contingente, o, a modo de consecuencia, entre lo esencial y lo secundario y así sucesivamente— tener la intuición de las esencias, de los arquetipos, o, digamos, de la transparencia metafísica de los fenómenos; y esta intuición es el fundamento de la nobleza del alma. El hombre noble respeta, admira y ama en función de una esencia que él percibe, mientras que el hombre vil subestima o desprecia en función de un accidente; al sentido de lo sagrado se opone el instinto del desprecio; la Biblia habla de los «burlones». El sentido de lo sagrado es la esencia de todo respeto legítimo; insistimos en la legitimidad, pues no se trata de respetar cualquier cosa, sino lo que es respetable; «no hay derecho superior al de la verdad».

Ser inteligente —todo el mundo lo sabe— es en primer lugar saber distinguir entre lo esencial y lo secundario, captar la relación entre la causa y el efecto, adaptarse a las situaciones, ya sean permanentes o cambiantes;  pero también es, repitámoslo —y esto dista de ser admitido por todo el mundo—presentir las esencias en las cosas o entrever los arquetipos en los fenómenos. La inteligencia puede ser, o bien discriminativa, o bien contemplativa, a menos que el discernimiento y la contemplación estén en equilibrio.
Presentir las esencias en las cosas: este es el fundamento del darshan hindú, de la asimilación visual de cualidades celestiales; y el ideal es la coincidencia entre un objeto que manifiesta belleza o espiritualidad y un sujeto dotado de nobleza y profundidad, luego de gratitud, y es también el significado casi alquímico
del arte sagrado en todas sus formas.
El discernimiento, por su rigor adamantino, se refiere en cierto modo al misterio del Absoluto; de un modo análogo, la contemplación, por su aspecto de dulzura musical, corresponde al misterio del Infinito. En el microcosmos humano, la facultad volitiva deriva en cierto modo de la absolutidad del Sumo
Bien, mientras que la facultad afectiva manifiesta su infinitud. Una objeción fácil sería que hay hombres que son inteligentes a la vez que son malos y que hay hombres que son buenos sin ser inteligentes; pues bien, no ponemos en duda que un hombre moralmente imperfecto pueda ser inteligente, ponemos en duda simplemente que su inteligencia pueda ser plena y pueda gozar, por consiguiente, de una infalibilidad pluridimensional. En cuanto a loshombres moralmente sanos pero intelectualmente poco dotados, nunca son necios,pues la virtud excluye la necedad pura y simple; sin duda, su inteligencia es más contemplativa que discriminativa, pero es real, ya que la virtud es precisamente un modo de adecuación espiritual, luego de inteligencia en el sentido esencial del término; e ingenuidad no es necedad.
Lo que en todo caso llama la atención en las personas virtuosas, aun modestamente dotadas, es que siempre son sensatas; en esto pueden ser muy superiores a algunos filósofos hábiles e ingeniosos pero extrañamente carentes de sentido de lo real. Muchos proverbios manifiestan una sabiduría popular que sin duda no tiene nada de aristotélico pero que, en cambio, se acerca al lenguaje angélicamente simple y concreto de la Biblia.
El ideal del homo sapiens es la combinación de una inteligencia perfecta con un carácter perfecto, y este es el sentido propio de la palabra «sabiduría»; es el ideal que representa la gnosis, que busca a priori la restauración de la perfección primordial del hombre. El esoterismo es en cierto modo la «religión de la inteligencia», es decir, opera con el intelecto —y no con el sentimiento y la voluntad solamente— y, por consiguiente, su contenido es todo lo que la inteligencia puede alcanzar y lo que sólo ella puede alcanzar. El «sujeto» del esoterismo es el Intelecto, y su «objeto» es ipso facto la Verdad total, a saber —expresado en términos vedicos—, la doctrina de Âtmâ y Maya; y quien dice Âtmâ y Maya dice por eso mismo Jñana, conocimiento directo, intuición intelectual.
Decir que el hombre está hecho de inteligencia, voluntad y sentimiento significa que está hecho para la Verdad, la Vía y la Virtud. En otras palabras, la inteligencia está hecha para la comprensión de la Verdad; la voluntad, para la concentración en el Sumo Bien; y el sentimiento, para la conformidad con la Verdad y el Bien. En vez de «sentimiento» podríamos decir también «alma» o «facultad de amar», pues se trata de una dimensión fundamental del hombre; no de una debilidad, como se cree demasiado fácilmente, sino de una participación en la naturaleza divina, conforme al misterio de que «Dios es Amor». En resumidas cuentas, sólo la sophia perennis puede considerarse sin reservas un bien total. El exoterismo, con sus evidentes limitaciones, tiene siempre un aspecto de «mal menor» a causa de sus concesiones inevitables a la naturaleza humana colectiva, o sea a las posibilidades intelectuales, morales y espirituales de un tipo medio por definición «caído»; «sólo Dios es bueno», dijo Cristo. Desde el punto de vista operativo más aún que desde el punto de vista especulativo, el exoterismo pone, por decirlo así, a la inteligencia pura entre paréntesis y la sustituye por la creencia y los razonamientos referidos a ella, lo que significa que hace hincapié en la voluntad y el sentimiento. Lo hace necesariamente, dada su misión y su razón de ser; pero esta limitación
no deja de ser una espada de doble filo cuyas consecuencias no pueden ser únicamente positivas, como lo querría el prejuicio religioso. Pero es verdad que la ambigüedad del exoterismo no carece de relación con los designios de la Providencia.
La inteligencia impía es incomparablemente peor que la necedad piadosa; corruptio optimi pessima. En sí, la inteligencia es «piadosa» porque su propia substancia es puro discernimiento, y pura contemplación, del Sumo Bien. La inteligencia fundamental no se concibe fuera de esa cualidad ya celestial que es el sentido de lo sagrado; y el amor a Dios es la esencia misma de la virtud. En una palabra, la inteligencia, en la medida misma en que es fiel a su naturaleza y a su vocación, produce o favorece las cualidades morales; inversamente, la virtud, en las mismas condiciones, lleva necesariamente a la salud del espíritu,
luego al conocimiento de lo Real.

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